Se conocieron de la manera más básica de todas: un día él pasó caminando frente a ella y le sonrió como si la conociera de toda la vida, o al menos, eso imaginó ella. Al cabo de unos minutos, ya tenían el número telefónico el uno del otro. « Estoy aquí » escribió ella. «Estoy aquí» respondió él. No quiso parecer acosadora y no lo molestó más por el resto del día, pero, a ver, ¿por qué hizo eso? ¿Por qué no le preguntó todas las cosas que quería? ¿Por qué dejó de hacer «esto» para no parecer «aquello»? Porque claro, todos mostramos siempre lo que queremos que otros vean, no lo que realmente somos, y quizá ese sea el motivo de tantos fracasos. Aunque, por supuesto, no quería resultar acosadora. Pronto reconoció que a ella también le hubiera resultado patética y melancólicamente dramático descubrir que él estaba desesperado por recibir amor. Porque ella estaba realmente desesperada por ser querida. Se obligó a actuar como una persona decente y al final, suspiró. — Hola,