— El problema está todo en tu cabeza —me
dijo—. La respuesta es fácil si lo tomas con lógica.
— ¿Lógica? —le pregunté, casi con
incredulidad.
— Sí.
No respondí. En medio de mi incredulidad solo
me detuve a pensar en esa palabra. «Lógica…». Al notar que no seguiría yo la
conversación, habló:
— ¿Cómo te sientes?
Mi silencio respondió. ¿De verdad él me estaba
preguntando eso? ¿Precisamente él? Al cabo de unos segundos, me obligué a responderle,
porque ya no me podía seguir escondiendo de mi realidad.
— ¿Crees que soy débil, no?
Se limitó a mirarme. Su mirada era totalmente
inexpresiva, pero por más que yo buscaba en su mirada algún sentimiento (odio,
dolor, rencor, lástima), no encontré más que sus vastos ojos color café.
Al final, como si en los segundos que tardó en
responder hubiera meditado qué palabras utilizar y cómo decirlas, me dijo:
— Me gustaría ayudarte en tu lucha por ser
libre. Debe haber cincuenta maneras de dejar a tu amante.
— ¿Amante?
— No es más que un sinónimo —dijo
rápidamente—. Amante, ex novio, enamorado, amor. Como quieras llamarlo. Un
sinónimo.
— Un sinónimo. —repetí. Supongo que desde un
principio sabía que tendría que sacarme las palabras una a una, porque continuó
hablando, como si así me diese tiempo para asimilar cada palabra anterior.
«Amante, ex novio, enamorado, amor. Como
quieras llamarlo. Un sinónimo.» Pensé.
— No es realmente un hábito para mi
entrometerme —continuó diciendo—. Además, espero que lo que digo no sea
malinterpretado.
— ¿Malinterpretado?
— Sí… Malinterpretado.
— ¿Por qué podría malinterpretarte? ¿Hay
razones para ello? —Dirigió su mirada a mis ojos y luego hacia el mismo árbol
que estaba viendo yo desde el parque solitario en el cual me encontró cuando
comenzó a hablarme— ¿Las hay?
— No. No las hay. De verdad no lo sé, pero me
repito a mi mismo en la travesía de ser crudo: “Debe haber cincuenta maneras de
olvidarte de él para siempre, de dejar a tu amo”.
«Amo» Pensé. «Amante, ex novio, enamorado,
amor… Amo».
—
Quisiera tener una travesía.
— La tienes ya. En este justo momento.
— ¿Sí? —pregunté, nuevamente con incredulidad.
Como si pensara que estaba burlándome de él,
guardó silencio un rato largo, pero sentía su mirada en mí, y muy probablemente
supo hacia dónde dirigía mi mirada porque la siguió y notó lo mismo que yo:
acababa de posarse un pequeño pajarito en una de las ramas del árbol.
— Me duele mucho verte en tanto dolor —dijo al
fin—. Desearía que hubiera algo que yo pudiese hacer para hacerte reír de
nuevo.
— Aprecio eso —dije con total sinceridad— ¿Y
podrías explicarme acerca de esas cincuenta maneras de dejar por siempre a mi
amo?
Su mirada me dijo que no me respondería con
palabras.
— Ahora hay dos robles que se estiran cual
sobo, alrededor de mí —confesé.
— ¿Y te hace sentir bien eso?
— Es como si en el espacio abierto de mis
concavidades existiera un triángulo.
— Los triángulos son como un boomerang.
— ¿Eso crees? —pregunté con suspicacia.
— Sí. Mira —tomó mi mano izquierda y la colocó
a la altura de su corazón—. Comienza aquí —dijo utilizando mi dedo índice
mientras iba tocando su piel—. Hace un recorrido hasta aquí —siguió diciendo al
tiempo que mi dedo trazaba una línea diagonal hacia el lado derecho—. Luego
sigue este camino —decía mientras mi dedo se movía horizontalmente hacia la
izquierda—. Y vuelve aquí, a su punto de partida —concluyó trazando un
triángulo perfecto que encerraba su corazón simétricamente.
Esperaba una respuesta de mi parte, y aun
después de haberme soltado la mano, mi dedo seguía tocando el punto de partida
de su perfecto triángulo.
— Como un boomerang —dije, casi absorto por lo
que acababa de hacer.
Entonces mi mirada se encontró con la suya por
segunda vez. Ninguno de los dos dijo algo. Y no supe por qué pero no quise ser
yo el que apartara la mirada primero.
— Se hace tarde —advirtió.
— Sí.
Sin embargo, ninguno de los dos se movía.
Ambos estábamos frente a frente. A escasos treinta centímetros de distancia, en
un parque al que nadie concurría y… solos.
— ¿Por qué no dormimos aquí esta noche?
—preguntó—. Creo que en la mañana vas a comenzar a ver la luz.
— ¿Aquí?
— Sí.
Como un acto reflejo, me senté en la grama, y
me acosté en ella de manera tan recta que casi parecía un cadáver. Él sonrió.
Seguidamente hizo lo mismo. Seguimos viendo al ave que aun no se iba del árbol
sino que solo revoloteaba en círculos, y al cabo de un rato, mi acompañante giró
levemente su cabeza a la derecha y yo a mi izquierda.
Y entonces me besó. Y se sintió como si se
uniesen fuego y agua al mismo tiempo.
— Me gustan los encuentros secretos —me dijo
al oído.
— Yo quiero controlar mis deseos pero tu aroma
incita a mis huesos —dije con tranquilidad.
No supe cuánto tiempo había pasado, pero
cuando desperté, mi cabeza y mi brazo derecho se encontraban en su pecho
desnudo.
— No puedo dormir aquí —dije notando que ya
estaba oscureciendo.
— ¿Por qué?
No podía decírselo, pero ya mi piel comenzaba
a confundir lo que sus caricias querían decirle a mi cuerpo.
— El beso ni se pide ni se roba —dije
recordando una muy bonita canción.
— El beso no se da por compasión —continuó la
estrofa de la canción.
— ¿De verdad te la sabes? —Asintió.
— Porque un beso nada más… —continué.
— En verdad no sabe a nada…
— Si no tiembla al mismo tiempo el corazón
—quise concluir pero sin pensarlo ambos cantamos al unísono la última
estrofa.
No es lo mismo...
Besar
Que ser besado
Si no tiembla al
mismo tiempo el corazón.
Y aunque desde el primer momento supe que si
cedía, él sería mi fin, me di cuenta de que probablemente él tenía razón: Debe
haber cincuenta maneras de olvidar a mi amante.
Alfredo
Nota:
Al escribir esto, recurrí a cosas como mi
imaginación fantasiosa, mi experiencia personal, y a cuatro canciones:
1. 50 ways to leave your lover (en la voz de
Miley)
2. Triángulo (de iLe)
3. Me encanta (de Carla Morrison —especialmente la versión en vivo—)
4. Se necesitan dos (en la voz de Sela Lovera)
Octubre 7, 2017.
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