Todos hablan, hablan y hablan, justo cuando más quiero
que se callen, cuando menos quiero oírlos,
cuando más quiero no escuchar, todos me dicen que pierdo mi tiempo, que desaprovecho
mi vida, que no hay salida por esta calle que voy, y me desespero, entro en
pánico, las manos me tiemblan y mi frente suda, pero yo no me detengo y sigo, porque
la salida la tengo que encontrar, aunque me cueste la vida, aunque tenga que
matar. Es justo en ese momento en que siento la necesidad de parar, pero me
recuerdo que no le temo al camino, que desde siempre, que desde que te conocí
supe que es como una maldición, que eras huracán, que me persigue, y del cual
tengo que huir, y por una milésima de tiempo siento que tengo que gritar tu nombre,
pero si te nombro, lo confirmo, confirmo mi pena. Pena que no tiene fin. Y aun
cuando todos pretenden ignorar, cuando creen que no sé lo que pasa, cuando creen
que debo darme cuenta yo, sé muy en el fondo que todos saben qué es lo que
pasa, pero ninguno quiere decirlo. Ninguno quiere cargar la cruz de ser el
verdugo que me libere con la noticia, con la verdad y prefieren susurrar mi nombre.
Y sé que después de todo, que al final, la culpa ha sido mía, que siempre fui yo,
que he sido yo quien ha dejado un reguero de sangre por los suelos, un reguero
que me traslada al primer día que te dije que te quiero, que me lleva al
principio, el principio del fin, de mi fin. Es paradójico, casi como un juego,
en el cual por un momento quisiera estar loco y no querer, porque el querer
causa pena, pero aun así el loco vive sin ella.
Noviembre 24, 2018
Texto
inspirado en la canción “maldición” de Rosalía.
Comentarios
Publicar un comentario