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¿TODAVÍA QUIERES UN VASO DE LECHE? ( Una pequeña historia de terror )


Un vaso de leche

El calor de las llamas se expandió por toda mi piel al lanzar un pedazo de madera a la candela. No era molestoso, de hecho, me gustaba ser el encargado de que no se apagara por completo el fuego. Estábamos a unos cinco metros de distancia de las llamas, así que cuando  volví a unirme al círculo que habíamos formado, pude ver mucho mejor las caras de todos. Mi hermana, su novio, mi abuela, mi mamá y su bebé, una tía, mi hermano menor, dos amigas vecinas y a mi lado, nuestro perrito, Hitler. Estábamos todos sentados formando un círculo perfecto en el patio trasero de la casa. La electricidad se había ido no solo en mi casa, sino también en casi todo el país. Era el momento perfecto para contar historias de terror. Mis favoritas.

Desde mi derecha hasta llegar a donde estaba yo oí muchas de las más aterradoras historias que jamás creí escuchar. Supe que ninguno dijo mentiras por sus maneras de hablar y sus miradas perdidas al momento de contar cada historia. Cada puesto en el círculo tenía una historia más aterradora que la anterior. De las voces de todos escuché hablar de brujas que molestaban noche tras noche y que corrían por los techos de las casas. Duendes que se llevaban a niños a través de portales y jamás regresaban, quedando los niños a vivir una vida desconocida para nosotros, una vida de la cual no podíamos más que especular. Gritos a media noche, silbidos, sombras gigantes y sonidos de carretas. Perros negros arrastrando cadenas que al acercarse cubrían todo el panorama de una completa oscuridad. Alguien metiendo un brazo por la ventana y dejando caer al suelo una bolsa de huesos no sin antes exclamar «vuelo en tres días por ti». Cuando me tocó a mí contar alguna experiencia, llegó la luz.

«Me salvó la luz» pensé. Siempre me daba escalofríos contar mis acercamientos a lo paranormal.

Todos se despidieron, al final fui el último en entrar a la casa; mi mirada se había posado en las llamas, cada vez más pequeñas.

«Esta noche no habrá molestias» dijo mi abuela. En el fondo sabía cuán aterrado estaba yo por dentro.

«Espero» dije, esbozando una sonrisa.

Abrí la nevera y vi un vaso de leche. Era de mi mamá. Tuve siempre claro que algo que no era mío no debía tocarlo, pero eran tantas las ganas que tenía de tomármelo, que se lo pedí a mi mamá.

« ¡No! Me lo tomaré cuando me despierte de madrugada a orinar » respondió. Ya sabía qué diría, ni sé por qué me molesté en preguntar.

Cerré la nevera casi con odio y me dirigí a cerrar las ventanas y las puertas. Mientras cerraba la puerta del patio, se fue la maldita luz, por segunda vez.

« ¡Maldita sea! » grité.

Pensé que mi mamá me diría algo, pero sé que si no lo decía yo, lo haría ella. Casi pude oírla darme las gracias por haberlo gritado yo. En cuanto me di la vuelta, mi abuela estaba de pie a unos tres metros de mí.

«Mierda. Abuela, me asustaste»

«No digas tonterías. Parece que sí habrá molestias esta noche. Odio la plaga, ¿por qué no duermes conmigo?»

«Bueno» respondí. No me molestaba, me sentía protegido con ella.

***

Vi hacia el techo durante mucho tiempo, demasiado tiempo.

***

« ¡Suéltame! » grité, mientras me despertaba sobresaltado. Me toqué la cara: sudada. Pasé la mano por mi cuello: igual. Al estirar mi mano hacia mi derecha casi grito de nuevo. No recordaba que estaba durmiendo con mi abuela. Estaba de espaldas a mí. Me extrañó ver que no se despertara con mi grito, pero al acercarme a ella, noté sus ronquidos. No quise despertarla, me sentía sediento, y cansado. Decidí tomarme el vaso de leche de mi mamá. Me importó muy poco lo que me fuese a decir después.

Mientras caminaba a la cocina, sentía que escuchaba con más… precisión. O alguien hacía más ruidos. Por segundos creí escuchar voces dirigiéndose hacia mí. Ignoré esos pensamientos, de igual manera no podía ver con claridad. Todo era producto de mi imaginación. Seguíamos sin luz.  

«Shhh» escuché.

«No, no, no.» dije entre susurros.

«Shhh»  volví a escuchar.

Respiré profundo. Abrí la nevera y en ese  momento llegó la luz. Agradecí al cielo. Vi el vaso de leche aun más provocativo. Me tomé hasta la última gota. Cuando abrí los ojos, en la puerta del refrigerador leí en letras rojas escritas en un papel «NO DEBISTE HACERLO». El corazón se me aceleró. Lancé el vaso dentro de la nevera, la cerré e intenté caminar rápido, pero extrañamente mis pies se movían muy lentamente, casi podía contar tres segundos de un paso a otro.

A diez metros estaba la puerta del cuarto. Mientras caminaba, el peso de mis pies se fue aliviando, pero sentí un ruido a mi derecha, hacia los muebles de la casa. Con el rabillo del ojo, y sin mover mi cabeza, dirigí mi mirada hacia el lugar y pude ver alguien sentado allí, en el mueble central. Casi pude escuchar una risa silenciosa. Intentando simular que no había visto ni escuchado nada, me dispuse a seguir caminando. La respiración me empezó a fallar: mis pies no se movían. Cerré mis ojos fuerte, lo más fuerte que podía. Segundos después me invadió el terror. Sabía que si los abría estaría alguien frente a mí. Pude sentir la respiración de alguien moviendo mi cabello.

« ¡Ahhh! » grité, fuerte, muy fuerte.

Abrí mis ojos y no había nadie frente a mí, sin embargo sentí dedos tocando mi espalda, haciendo en ella un recorrido sin rumbo, de un lado a otro. Sentí cómo el sudor corría por mis sienes y mi frente. Casi podía sentir cómo salía el líquido de mi piel hasta formar una circunferencia perfecta que no podía con su propio peso y se deslizaba por mi nariz. Tenía que correr, ¿pero cómo? Mis pies seguían inmóviles. Y la puerta del cuarto estaba a solo cinco metros. Estaba seguro que en cuestión de cuatro pasos estaría dentro de la habitación. La cabeza me daba vueltas y no sabía qué pensar. Tardé solo segundos en darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor.

La puerta del cuarto de mi abuela comenzó a abrirse lentamente, sin hacer ruido alguno. Pensé que sería mi abuela y que todo acabaría ahí, pero no. La puerta no se abrió por completo, pero podía ver claramente mis pies en la cama: yo estaba acostado en la cama, al lado de mi abuela. Comencé a mover mis brazos y seguidamente mis pies comenzaron a tener movilidad, cuando corrí a la puerta, alguien de una altura anormal se posó frente a mí, bloqueándome el paso. No podía verle más arriba del pecho.

« ¿Te dijo tu mamita que no debes tocar lo que no es tuyo? »  Escuché decir. Era una voz alterada, casi robótica. 

« ¡Abuela! ¡Mamá! » Gritaba fuertemente, sin recibir respuesta.

Mis manos luchaban por abrir el paso hacia la puerta, pero solo podía tocarla. De tanto forcejear, la abrí por completo. Me detuve, petrificado. Alguien de cabello largo estaba sentado a mi lado, acariciando mi cuerpo, mi cara, mientras alguien totalmente rapado estaba de pie del lado de mi abuela, me veía detenidamente. Su mano la dirigió a su boca, haciéndome señales para que guardara silencio. Después, con una mano se tapó la boca y con la otra, los ojos. Ambas manos comenzó a dirigirlas hacia abajo, arrastrando consigo su boca y sus ojos. De mi boca no salían palabras. Pensé que me desmayaría al ver que del estómago de la criatura algo se abría. Era su boca.

Grité como si la vida se me fuera en ello y quien estaba obstruyéndome el paso me agarró por el cuello y me lanzó dentro del cuarto mientras gritaba «LO AJENO NO SE TOCA».

***

El ladrido de Hitler, mi perrito, me trajo de vuelta a la realidad. Abrí los ojos y respiré fuertemente, como tragando todo el aire posible. Mi mamá y mi abuela estaban encima de la cama dándome golpes en la cara.

«Ya, calma, respira» dijo mi abuela.

No dije nada. Pasaron unos minutos. Mi abuela y mamá estaban en silencio, se veían pero al verme a mí no decían nada. Finalmente mi mamá habló.

« ¿Ya te sientes mejor? Voy a buscarte un vaso de leche »  

« Tranquila. Yo voy. Ya me siento mejor. Fue una pesadilla »

Me levanté, abrí la puerta del cuarto y a mitad de camino sentí cerrarse la puerta detrás de mí. A mi izquierda, nuevamente, estaba alguien sentado en el mueble central. Su risa silenciosa me llenó el cuerpo de terror, la piel se me erizó y sentí que la sangré bombeó súbitamente hasta mi corazón. Al ver hacia el cuarto, la puerta estaba abierta nuevamente, y el alma se me vino a los pies al verme a mí acostado en la cama, abrazado por mi abuela. Cerré los ojos y comencé a llorar. Me arrodillé inconscientemente, mientras escuchaba a manera de burla « ¿TODAVÍA QUIERES UN VASO DE LECHE? ».


Alfredo Estrada
Marzo 13, 2019

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