¿Quién puede juzgarme? ¿Quién? ¿Quién puede hacerlo si todos estamos llenos de deseos banales? Pero esto para mi no es un deseo banal, ni mucho menos un simple capricho. Me gusta estar con él, hablarle, compartir el tiempo a su lado. Y sí, sé que sí, sé que esto puede ser de las situaciones más extrañas del mundo, porque de eso estoy completamente seguro. Pero no me voy a reprimir. No. Por supuesto que no voy a contenerme este deseo que tengo de verlo, de estar con él, de que me mire con esos ojitos justo al instante en que yo lo veo, de que me toque con esas manos y de que yo suspire cuando lo haga. No. No me voy a contener o simplemente resistir, porque quiero que lo haga. Sí. Sí. Y sí; quiero que lo siga haciendo.
Sinceramente, quiero que siga haciendo eso que me produce las ganas de verlo, de buscar maneras para estar a solas con él, para verlo una y otra y otra y otra vez más. Y no sé dónde me pueda llevar pensar de esta manera. Y sé que él tampoco lo sabe. O quizás sí. Quizás y solo quizás. Pero lo disfruto, a cada instante, en cada segundo, su presencia, su olor, su risa, su mirada, esa que me hace temblar hasta los huesos. Y ambos fluimos, porque sé que él está fluyendo muy a pesar de todo lo malo de su pasado, de tanto daño que vivió, que permitió.
Solo me queda decirte, querido amigo, con toda la sinceridad que abarcan mi alma y mi corazón (si es que tales cosas existen en mi) que con él fluyo, que a pesar de querer que muchos otros se queden, él es quien siempre estará ahí, y muy en el fondo, te digo, que ya me acostumbré a eso. Solo no quiero dejar de verlo, no quiero, no lo acepto, no puedo y no lo haré. Buscaré siempre maneras de verlo y recordarle que vale mucho, porque para mi vale, y mucho.
Aunque tenga que robarle el espejo a mi mamá de su cartera, siempre encontraré maneras de verlo.
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