Ella no es una chica como cualquier otra. Ella
realmente es diferente, significativa, especial, de esas que en el segundo que
la conoces sabes que jamás encontrarás otra igual. Pero tenía los problemas que
quizás cualquier otra chica pudiese tener: se enamoró perdidamente,
resignándose a no esperar algo a cambio. Se enamoró tan fuerte que por mucho
tiempo en su cerebro no cupo un pensamiento que no lo involucrara a él.
***
Al principio, todo parecía una utopía, una dulce
utopía. Le parecía imposible que él gustara de ella. No lo veía a diario, así
que creyó que la casualidad de tenerlo en su vida desaparecía pronto,
simplemente sería, como muchos otros pensamientos inalcanzables, algo pasajero
en su vida —o al menos eso quiso hacerle creer a su mente—. Cuando lo veía,
sentía una extraña conexión —pensó que lo mismo sentía él—, no eran mariposas
sino algo probablemente más básico (o menos básico) puesto que sentía
complicidad al verlo a los ojos. Eso: simple complicidad. Tenía esa sensación
justo en el momento que lo veía estando distraído y se daba la vuelta cruzando
su mirada con ella, o cuando —intentando demostrar indiferencia— pasaba por su
lado hablando con sus amigas y veía hacia atrás notando la mirada de él en ella.
Al dejarlo de ver se torturaba preguntándose si solo serían ilusiones de ella,
si solo era su mentecita retorcida la que le jugaba una mala pasada, como
muchas veces le había ocurrido ya. Por mucho tiempo su mente se debatía en si
debía escribirle o hacerse la dura y esperar a que él lo hiciera, porque aunque
tenía dónde comunicarlo, pensaba que las excusas para hacerlo serían totalmente
carentes de sentido para él, aunque para ella no, para ella querer escuchar su
voz no era carente de sentido, para ella verlo a los ojos tenía mucho sentido.
***
Resultaba extraña e inquietante esa sensación para
ella, la sensación de hablar con alguien que te gusta, porque pasado un tiempo,
ya no solo hablaban en persona sino que se comunicaban a través de una
pantalla. Mensajes iban y venían. En los días que no sabía de él, la necesidad
por escribirle era abrumadora. Quería hacerlo, quería seguir sabiendo de él
siempre. Quizás él no sentía las mismas ganas, o muy probablemente sí. Prefirió
jugar el papel de ser la que espera a que le escriban y no el de la típica
fastidiosa que estaba detrás de un hombre como un chicle. Eso a él le generaba
cierto ruido —y probablemente cierto gusto—, y cada vez que volvía a
comunicarse con ella, se lo decía a manera de broma, haciéndola reír diciéndole
odiosa o cosas por el estilo. Quizás él pensaba que muchos estaban detrás de
ella y por eso ella no le prestaba mucha atención. Lo que no se imaginaba era
que todas las mañanas el mensaje que ella más deseaba que llegara era el de él.
Unas veces llegaba, otras tantas, no.
Se dio cuenta pronto que muy estúpidamente le daba
mucha importancia a ciertas cosas. ¡Cuánto significado le podemos dar a un
simple “Me gusta” en una foto! Y mientras el tiempo pasaba, más crecía su gusto
por él. Y el de él por ella —o al menos eso notaba ella—, porque era lo que
percibía cuando lo veía a los ojos. ¡Y cuánto hablan los ojos! (¡O cuánto
callan!).
***
Le parecía imposible que pasado un año siguiera
pensando en él. Le resultaba mortificante. No podía ser cierto. No. No podía
ser que aún pasado tanto tiempo sus sentimientos no mutaran y siguiera
imaginándose una película donde ellos eran los protagonistas. Pero ese era el
panorama, lo fue por mucho tiempo más.
***
¿De verdad había sucedido? ¿De verdad se besó con el
chico que más le gustaba? Preguntas iban y venían en su mente. Pero era cierto,
después de mucho tiempo, pero finalmente había sucedido. Era como si sus besos
apagaran el fuego que la estaba matando por dentro, como si sus manos al tocar
su piel le sanaran tanto dolor que la vida la había dado, como si se sintiese
protegida cuando estaba a su lado. Pensó que esa noche sería especial —realmente,
en cierta parte lo fue— pero se decepcionó un poco al ver el lugar a donde
habían llegado: un hotel.
Él habló antes que ella lo hiciera.
— ¿No te molesta? Disculpa si…
Ella se limitó a negar con la cabeza mientras en su
rostro se dibujaba una sonrisa forjada.
Sentir su peso sobre ella le resultaba poético. Por
otro lado, por segundos sintió incomodidad con su propio cuerpo. ¿Y si no le
gustaba lo suficiente? ¿Y si no lo satisfacía como estaba acostumbrado a que
las mujeres lo hicieran? Él le dio confianza y pronto se calmó.
—No sé qué hacer —le confesó con una sonrisa nerviosa,
esperando con todas sus fuerzas a que él no se burlara de ella o la viera como
una simple decepción.
—Tranquila. En serio, tranquila.
El dolor que sentía al él estar dentro de ella era
inversamente proporcional a la complacencia de saber que la persona que quería le
estaba entregando su cuerpo al igual que lo hacía ella, con la misma intensidad
—o con más intensidad que la de ella—. Al final, no le dio mucha importancia al
hecho de que él disfrutara más del acto carnal que ella: quería hacerle saber
que le correspondía de todas las maneras que existen, y él lo supo al ver que
ella lo observaba mientras se vestía.
***
Sucedió una, dos, tres veces más. Él se convirtió para
ella en el secreto mejor disfrutado, porque eran eso, solo un secreto
compartido.
Por mucho más tiempo de lo debido se acostumbró a eso.
A sus encuentros a escondidas. Deseaba con toda su alma que algo pasara, que
algo hiciera explosión y que por fin pudiese estar de lleno con él, que era la
persona de la cual se había enamorado loca y perdidamente.
Jamás estuvo en sus planes enamorarse de él. No fue
una decisión premeditada o maquinada vilmente. No. Todo lo contrario, pensaba
que sería cuestión de disfrute nada más, pensaba no involucrar sus
sentimientos, pero fue imposible. No sentía que le temblaba el piso cuando lo
veía sino que el piso era arena movediza y se encontraba hundida hasta la
frente. Y los ojos de él la invadieron de una manera que ella jamás imaginó.
Jamás creyó que sería presa de sentimientos como el amor, porque lo amó de la
manera en la que aman los escépticos al amor: sin notarlo siquiera.
***
Sus amigos más cercanos sabían del tema de pie a
cabeza, para ellos, la historia ya era muy bien sabida. Muchos estaban de su
lado, otros simplemente no opinaban, y unos cuantos desaprobaban tales hechos.
Después de un tiempo, aunque se moría de ganas por hablarles de su amado,
sentía que sus amigos estaban hartos del tema y que se fastidiaban ya de tanto
oírla hablar de él. Pero era como si él se hubiera incrustado en ella. Era como
si ciertos olores, canciones o situaciones —que para cualquiera pudiesen ser
comunes y corrientes— hubieran cobrado gran significado para ella.
***
Muy en el fondo, sin querer aceptarlo, sabía que jamás
iba a suceder algo realmente hermoso entre ellos. Sabía que no serían novios
nunca. Sabía que todo lo que se imaginaba con él no sucedería nunca jamás. Y él
se había encargado, en uno de los días de sus encuentros secretos, de
confirmarle ese pequeño gran temor.
—No puedo. La única manera de que la deje es que ella
me deje a mí. No puedo dejarla.
Pero era esa esperanza. Esa maldita y pequeña
esperanza que la acompañaba siempre.
— ¡Qué estúpida soy! —Pensó— Él no me ve como lo veo
yo a él.
Contradicciones vagaban por su mente día y noche. A
veces reía imaginándolo, otras, lloraba hasta quedarse dormida. ¿Acaso no era
suficiente para él? ¿Acaso no era guapa y muchos estaban tras ella? ¿Acaso no
tenía ella la posibilidad de elegir con qué hombre estar? ¿No era lo
suficientemente bella para él? ¿Su cuerpo no le gustaba? ¿O era que no cumplía
con los requisitos de poder ser la novia perfecta y “dejar engañarse”? ¿Qué era
realmente lo que hacía que él no prefiriera estar con ella? Ella jamás lo supo,
y si lo supo, quiso convencerse de que no era cierto, no podía ser cierto que
aún después de haber estado con el único hombre que realmente la había hecho
sentir enamorada, nada pudiese suceder entre ellos.
Y el tiempo pasó.
La vida pasó.
Ellos pasaron.
***
Lo que sintió después le resultaba nuevo para ella, no
veía descontroladamente sus fotos, ni intentaba comunicarse con él, ya no lo
pensaba a diario ni lo lloraba por las noches. Mediante fotos supo que seguía
su vida como si nada hubiera sucedido, como si todo transcurriera normal y el
tiempo no hubiera tenido ninguna alteración.
Y se resignó prontamente a continuar con su vida como
si nada, a sabiendas del huracán que la había arrastrado de un lado a otro.
¿Qué podía hacer? Deponer las armas y dar por terminada la batalla.
Él siguió con su vida, su mujer y su hija.
Ella está intentando ser feliz con alguien que la
quiere, muy a sabiendas de que no lo querrá como quiso a su único amor.
***
Se aferra a sí misma, al pensar que no se enamorará
otra vez, le resulta imposible. Yo, muy por el contrario, estaré aquí
observándola detenidamente, esperando a que Cupido haga de las suyas nuevamente
—como estoy seguro de que va a suceder— y deseando fervientemente que se le
recompense todo el daño físico y psicológico que sufrió.
Ella, aunque ha pasado años, aunque no han vuelto a
verse ni a hablar jamás, sigue aferrándose al pensamiento (aunque de momentos
le parezca ridículo pensar así) de que significó algo para él. ¿Qué? No lo
sabe, y si lo sabe lo ignora. Muy probablemente nunca lo sabrá.
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